Un 24 de Marzo de 1980 murió Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien se encuentra en proceso de canonización. Monseñor Bergoglio comentó a un obispo salvadoreño, que de llegar a ser Papa lo primero que haría sería canonizarlo
Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel (oriente del Salvador), a las 3:00 a.m. del 15 de Agosto de 1917. Su padre le enseñó telegrafía y a tocar flauta, también aprendió carpintería. En el seminario aprendió a tocar el armonio. Fue arzobispo metropolitano del Salvador durante tres años, de 1977 a 1980. El 14 de Febrero de 1978 recibió Grado Honorífico de la Universidad de Georgetown en Washington d.C. por su lucha a favor de los derechos humanos. El 2 de Febrero de 1980 recibió un título honorífico en Lovaina. Muere el 24 de Marzo de 1980 asesinado por la dictadura militar salvadoreña.
“Sólo tres años, pero de una increíble densidad y tensión, dieron a Monseñor Oscar Romero su estatura definitiva entre los grandes obispos y los grandes testigos de esta América Latina... pastor entregado a un pueblo agobiado y desgarrado, guía y celebrante en medio de las masacres, y sobre todo, vocero y portador de una palabra incansable: la que anuncia el Evangelio a los pobres, los reconforta y los alienta, la que denuncia toda injusticia, la que llama a todos a la conversión, a la esperanza contra toda esperanza. Plenamente obispo, clásico de formación y vibrante de actualidad, creyente íntimo en Jesús Salvador y predicador valiente ante los poderosos, vivió en los hechos lo que testificó en su palabra: hasta el extremo”
Extracto de la Homilía del día Domingo anterior a su muerte:
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer a una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.”
Palabras que le dirigio monseñor Romero por teléfono a José Calderón Salazar corresponsal en Guatemala del periódico mexicano Excelsior, una semana antes de su muerte:
“He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin la resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por quienes amo, que son todos los salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección del Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad. Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como un testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan. Ojalá, sí, se convencieran que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.”
Homilía del 17 de Diciembre del 1978:
“La palabra queda, y este es el gran consuelo del que predica. Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”
Las lecturas correspondientes a su misa final fueron:
1 Corintios 15,20-28: “Cristo debe reinar hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, y el último de sus enemigos es la muerte.” Salmo 23: “Mi mansión será la casa del Señor por largo, largo tiempo.” Juan 12,23-26: “Si el grano de trigo cae en la tierra y no muere no produce fruto.” El Domingo de Ramos de 1980 trescientos sacerdotes del Salvador y de otras naciones, celebraron con el delegado papal una misa en honor a Monseñor Romero. Entre ellos 30 obispos, 500 religiosos y 200.000 personas. Debido a actos represivos del gobierno, la misa no se pudo terminar
El martes 3 de febrero de 2015 el papa Francisco aprobó el decreto en el que se reconocía el "martirio" de Romero in odium fidei, es decir, que fue asesinado por "odio a la fe", informó para la beatificación del arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero
La declaración del "martirio" es decisiva para su beatificación, ya que entonces no es necesario reconocer un milagro, mientras que después continuará la fase para la posible canonización. El pontífice argentino ya adelantó el pasado agosto mientras regresaba de su viaje a Corea del Sur que el arzobispo de San Salvador era un "hombre de Dios" y que no había impedimentos para su beatificación. Además, el papa Francisco adelantó que tanto el cardenal Angelo Amato como monseñor Vincenzo Paglia estarían bien dispuestos a realizar la ceremonia de beatificación al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, durante rueda de prensa que concedió el pasado 19 de enero en el avión papal de regreso de su viaje a Filipinas.
Citas textuales tomadas del libro “La palabra queda”. De James R. Brockman .S.J. UCA. Editores. El Salvador