(Meditación
20 de Mayo del 2015) para los seminaristas del Seminario mayor Divina Pastora de Barquisimeto p.
Jesús Genaro Pérez. Seminario Divina Pastora
Aunque
la palabra elección es perfectamente válida como veremos en los siguientes
textos bíblicos, prefiero la palabra vocación. Se puede elegir cualquier
objeto, pero solamente las personas podemos ser “vocacionadas”. La palabra
“vocación” implica dos cosas:
1. Un llamado
(elección): Dios
nos llama por nuestro propio nombre: “Jaire María”, “Saulo, Saulo”, “Tu eres
Pedro”
2. Y una misión: Guiar un pueblo, ser profeta,
extender el Reino
Textos bíblicos
Los
siguientes textos bíblicos explican muy bien el título de esta meditación:
“Antes
que te formaras en el seno de tu madre ya te conocía, antes de que tú nacieras
yo te consagré y te destiné a ser profeta de las naciones” Jeremías 1,5
“En
Cristo Dios nos eligió antes de que creara el mundo para estar en su presencia
santos e irreprochables ante Él por el amor” Efesios 1,4
“Ustedes
no me eligieron a mí, he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para
que vayan y den fruto y ese fruto permanezca.” Juan 15,16
Estructura de los
relatos vocacionales:
Todo
relato vocacional, pero también toda experiencia vocacional auténtica tiene cuatro
etapas perfectamente identificables
1. Iniciativa de
Dios: Fui yo
quien los elegí a ustedes. Nuestra vocación no es una elección nuestra, es una
elección de él. Y se parece más a una seducción, a un enamoramiento de parte de
Dios que a un reclutamiento: “Me ha seducido Señor y yo me dejé seducir por ti,
me has forzado y has sido más fuerte…” Jeremías
20,7 Y a nosotros nos toca responder con amor, y avivar continuamente esa
llama. Solo los enamorados (Mateo 19,12)
pueden renunciar a otros amores: “Hay quienes por amor al Reino de los cielos
han descartado la posibilidad de casarse”. De hecho todo el problema de los
vocacionados, religiosos, sacerdotes y casados es por falta de enamoramiento,
el que no está enamorado cuando no tiene problemas se los inventa. No en vano
los grandes místicos, mujeres y hombres llaman a Dios “El Amado” y utilizan
expresiones similares al Cantar de los Cantares. Esa seducción fue expresada en
el famoso relato vocacional atribuido a San Agustín
“Tarde te amé hermosura siempre
antigua y siempre nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y
no fuera. Por fuera te buscaba y deforme como era me lanzaba sobre esas cosas
hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo pero yo no estaba contigo. Llamaste
y exclamaste y rompiste mi sordera, brillaste y resplandeciste y fugaste mi
ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré y siento hambre de ti. Me tocaste y
abraseme en tu paz”
2. Las dudas del
vocacionado:
Las
dudas del vocacionado se resumen en dos. La primera es ¿Por qué a mí?, la
segunda es ¿Seré capaz?. A la primera pregunta ¿Por qué a mí? La respuesta es
porque sí. No por apariencias, no por posición social, no por coeficiente
intelectual, no porque lo merezcas. Lo expresa magistralmente Santa Teresita de
Lisieux en la introducción de su biografía:
“Antes
de ponerme a escribir, me he arrodillado ante la imagen de María (la que tantas
pruebas nos ha dado de las predilecciones maternales de la Reina del cielo por
nuestra familia), y le he pedido que guíe ella mi mano para que no escriba ni
una línea que no sea de su agrado. Luego, abriendo el Evangelio, mis ojos se
encontraron con estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y fue llamando a los
que él quiso, para que estuvieran con Él (y enviarlos a predicar)» (San Marcos
3, 13-14).” He ahí el misterio de mi
vocación, de mi vida entera, y, sobre todo, el misterio de los privilegios que
Jesús ha querido dispensar a mi alma.
ÉL
NO LLAMA A LOS QUE SON DIGNOS, SINO A LOS QUE ÉL QUIERE, o, como dice san
Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré de quien me plazca.
No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es
misericordioso» (Romanos 9, 15-16)
En
el texto de Marcos encontramos en dos breves versículos, el significado de la
vocación cristiana: “Llamó A LOS QUE QUISO, para que estuvieran (Comunidad) con
ÉL (Intimidad con Cristo) y enviarlos a predicar y expulsar demonios (Misión)
Respecto
a la segunda pregunta: ¿Seré capaz de enfrentar los retos que implican mi
vocación?. No, ningún vocacionado lo fue por su propia capacidad. Las excusas
sobran en la Biblia y en la historia de la Iglesia de todos los tiempos.
Abraham:
“Soy muy viejo”; “Moisés: Me cuesta hablar”; Jeremías “Soy muy joven”;
Ezequiel: “He pecado con mi boca”; San Pablo era un perseguidor de la Iglesia,
Pedro un cobarde traicionero, los discípulos eran ambiciosos y peleaban por los
primeros puestos. Los más grandes santos fueron primero grandes pecadores y
encabezando la lista, San Agustín quien rindió cuentas de sus pecados en sus
“Confesiones” escritas, y luego San Francisco, el alma de las fiestas locas de
la juventud de Asís, seguido por San Ignacio de Loyola, el mundano y seductor
enamorado en busca de gloria militar, y Santa Teresa de Ávila, enemiguísima de
ser monja y enredada y distraída con sus amoríos y vanidades, durante 20 años,
una monja acostumbrada a la rutina vacía en su vida religiosa.
3. La gracia de
Dios:
Dios
reviste al vocacionado con los dones y capacidades necesarios para su misión
como podemos constatar en la historia de los personajes mencionados. “Dios no
te ama (pongamos “llama”) porque tú seas bueno, sino porque Él es bueno (porque
quiere) y amándote te hace bueno (te hace capaz)” San Agustín. Dios no llama a
los perfectos, perfecciona a los que llama, no llama a los santos, santifica a
los que llama. “No creo haber conseguido la meta ni me considero ya perfecto,
sino que prosigo mi carrera hasta conquistar, siendo y conquistado por Cristo.
No hermanos yo no creo haber conseguido la meta, sino que olvidando lo que dejé
atrás me lanzo hacia adelante, puestos los ojos en Cristo…” Filipenses 3,12-14 “Sé pasar
privaciones y vivir en la abundancia, estoy entrenado para todo y en todo
momento, a estar satisfecho o hambriento, en la abundancia o en la escasez.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses
4,12-13
4. Misión:
La
iglesia corre el riesgo de vivir para contemplarse a sí misma, o vivir mirando
al cielo como los discípulos el día de la ascensión del Señor. Unos ángeles se
les acercaron para decirles: “Varones Galileos, qué hacen ahí parados mirando
al cielo.” Hechos 1,11 Sin servicio
la vocación está incompleta, somos elegidos para servir, no a nosotros mismos
ni siquiera a la iglesia, sino al Reino de Dios, eso sí, en la Iglesia y desde
la Iglesia, pero al Reino de Dios, oliendo a ovejas y codeándonos con los otros
miembros del Pueblo de Dios, con distintas vocaciones, pero también elegidos y
llamados desde la eternidad para dar fruto y fruto abundante y ser
irreprochables ante Él por el amor.