miércoles, 9 de julio de 2014
El matrimonio más extraordinario que he presenciado
La foto que ven es de noviembre del 2013. En ella están Dora Pomar Ricciy Tony Jiménez. Él vino a pedirme hace unas semanas que visitara a su esposa. Entré a su habitación donde se encontraba convaleciente, ya sin el esplendor que se observa en esta foto, pero con sus grandes ojos llenos de serenidad. El cáncer y el tratamiento había afectado su vida hasta el punto minar sus fuerzas, adelgazar su cuerpo y deteriorar la lozanía de su piel pero no la nobleza de su espíritu. Parecía que muchos años habían caído de repente sobre su cuerpo. La visité, se alegró mucho. Le puse la unción y le di la comunión. Oramos junto a su esposo y sus amigos y me hizo una petición especial, quería casarse con Tony por la Iglesia. Después de la visita del Señor a través de los sacramentos, pareció recuperarse significativamente.
Confieso que el amor entre los dos se manifestaba en ellos a través de sus miradas como si recién estuvieran enamorados. En vano intentamos reunir los recaudos para el matrimonio, la necesidad está por encima de la ley. Quedamos en que se casarían lo más pronto posible pues el deterioro físico de Dora se había acrecentado.
Dora se había agravado hasta el extremo de que el matrimonio eclesial, su gran deseo, tenía que realizarse hoy. Hoy fui con mi hermana Yadira, un pequeño cortejo de amigos nos rodeaba, incluso mi sobrinanieta fue paje improvisado, angelito de carne y hueso a sus pies. Dora no había reaccionado hoy, ni siquiera hablaba. La bendije, le dije que venía a realizar su sueño. Despertó, reaccionó, nos miró asintiendo. Tony al pie de la cama agarró su mano izquierda. Se miraron a los ojos. Los ojos de Tony que expresaban un profundo amor se llenaron de lágrimas mientras le prometía fidelidad en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad. Promesas que hasta el momento había cumplido a la vista de todos. Ella apenas repitió conmigo sus promesas, con una voz apenas perceptible. En este momento llovía, adentro y afuera.
Les regalé un rosario que entrelacé de entre las manos de ambos. Los ángeles cantaron un Ave María, más imperceptible que la voz de Dora, pero igualmente de sublime. Hoy en la tarde me acabo de enterar que Dora, hizo su viaje, serena y en paz a la casa del Padre. Estaba esperando el sacramento. Nunca es tarde.