Hoy es día de todos los santos. Día en que recordamos, no sólo a los santos canonizados sino también a los santos de la familia, del barrio, de la urbanización y de la calle. Esa gente que vivió desde la fe, la esperanza y el amor hasta las últimas consecuencias, la abuela santa, mi padre santo, los matrimonios santos, los jóvenes santos. Fecha en que también recordamos la santidad como una vocación a las que todos somos llamados y no unos pocos privilegiados.
Santo no es una persona que se esconde detrás de largos rezos o que hace grandes penitencias, o que ayuna dos veces por semana, como el fariseo de la lectura del domingo pasado. Santo es aquél que desde su fe en Dios, camina con esperanza activa, viviendo del amor y en el amor, hasta en las cosas más ordinarias de la vida.
Hace falta gente coherente, gente honesta, servicial, desprendida, generosa, alegre, compasiva, auténtica, solidaria, "gente buena gente", gente que sepa escuchar, abrazar, compartir, entregar, respetar y dialogar. Gente de "corazón limpio y manos puras y que no jura en falso" (Salmo de hoy). Gente que (según las bienaventuranzas de hoy: Mateo 5,1-12) da aunque le cueste lágrimas, con sed de justicia, misericordiosa, de corazón trasparente, de mirada limpia, que trabaje por la paz, a pesar de las persecuciones e injurias.
Este mundo necesita santos, de todas las edades, de todas las profesiones y oficios. Sacerdotes santos, pero también, ecologistas santos, políticos santos, carpinteros santos, médicos santos, obreros santos, profesores santos, secretarios santos, estudiantes santos, periodistas santos, deportistas santos, artistas santos, ingenieros santos, estudiantes santos. Hace falta "una muchedumbre tan grande, que nadie pueda contarla. Individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas" (como dice la primera lectura de hoy: Apocalipsis 7,2-4.9- 14). Hace falta una avalancha de gente dispuesta a dar lo máximo, superando el egoísmo que nos está matando poco a poco, como país y como mundo.
Yo me anoto por un mundo mejor, me anoto a perseverar en lugar de renunciar en la construcción donde no solamente nos jactemos de tener a Dios por Padre sino también un mundo donde nos sintamos orgullosos de llamarnos hijos, porque hemos aprendido a ser hermanos. Si te anotas tú, ya somos dos.