lunes, 26 de marzo de 2012

Amor de aceptación


SOBRE EL AMOR DE ACEPTACIÓN: 

Con aportes de Mikel de Vianna S.J. y Piet Van Breemen 
(Como pan que se parte) Sal Terrae.

1.-        La más profunda necesidad del ser humano es la de ser amado, aceptado, apreciado. Hay diversos tipos de amor, pero ahora hablamos del más fundamental: el amor de aceptación. Para vivir necesitamos que nos acepten como somos y por lo que somos. Nada tiene efectos más negativos y duraderos que la experiencia de no ser  aceptados. La aceptación es como el aire que respira nuestro yo profundo.

2.-        Hay un elemento que el ser humano recibe en sus primeras relaciones personales: la confianza base. Lamentablemente esa confianza base falta a muchos adultos que la dan por descontada. La confianza base es el primer elemento de una personalidad sana y en ella se fundamentan todos los demás rasgos. Produce una seguridad profunda en sí mismo y en la relación con el otro que se manifiesta en un optimismo general que permite vivir con serenidad y placidez.

Cuando la confianza base no se desarrolla en la primera edad, los niños suelen quedar severamente afectados. Si desde niños se aloja en nosotros la convicción de que no se nos acepta, ni se nos aprecia, ni somos dignos de amor, creceremos bajo la imagen de un “falso yo”, lleno de inseguridades que requerirá ser sanado para vivir serenamente. En cambio si en los primeros años de edad tenemos la experiencia de ser amados, aceptados, protegidos, en nosotros se desarrolla la certeza de ser dignos de amor y pasamos el resto de la vida evidenciando nuestro yo profundo y usando nuestras capacidades en favor de la vida.

Cuando no  se  nos  acepta, algo  se rompe dentro de nosotros. Una vida sin aceptación está frustrada en su necesidad fundamental, haciendo imposible el desarrollo de la confianza base y con ella la seguridad y el optimismo general que nos anima a vivir.

3.-        Ser aceptado significa que las personas con quienes vivo me hacen sentir que  soy valioso y digno de respeto; ellos son felices porque yo soy quien soy. Me permiten ser como soy y aunque todos tenemos que crecer y perfeccionarnos, no me obligan a hacerlo a la fuerza, ni me imponen un modo de ser “deseable”, no tengo que pasar por alguien quien no soy.

            Aceptar a una persona es no darle motivos para que se sienta poca cosa. Cuando se acepta a una persona  no se le ponen etiquetas por lo que ha hecho o por lo que ha sido; antes bien, se le abre el espacio para que despliegue lo mejor que lleva dentro de su verdadera personalidad, para que enmiende sus errores y crezca interiormente. Etiquetar a una persona y no esperar de ella nada de nuevo o de bueno, es como esterilizarla o quitarle el aire para la vida de su verdadero yo profundo.

            Toda persona nace con una capacidad de potencialidades que si no son estimuladas con el toque de la aceptación, permanecen dormidas, ocultas para siempre. La aceptación en cambio libera todo lo que de bueno lleva adentro una persona. La aceptación es lo que nos permite ser esa persona única que estamos llamados a ser. Una persona aceptada es feliz porque “ha sido descubierta como persona” y puede crecer desde dentro sin trabas. 

Al aceptar a una persona “por lo que hace”, no se le acepta, porque siempre habrá otra persona  que pueda hacer, incluso mejor, lo que aquella persona hace. Solo cuando uno es apreciado “por lo que es”, se le acepta como la persona única que Dios ha creado. Aceptar a alguien no es negar sus defectos, ni tratar de encubrirlos. Cuando no se reconocen los defectos de una persona, es señal de que no se le acepta y no se le conoce profundamente. Al aceptar realmente a una persona se pueden mirar de frente sus defectos sin dramatizar ni hacer tragedias.

4.-        Cuando no hemos tenido la experiencia de ser verdaderamente aceptados, no nos encontramos a nosotros mismos, y sin darnos cuenta, nos identificamos con falsas imágenes de nosotros mismos. Al faltar la experiencia de ser aceptados, nuestro espíritu pobre y debilitado busca satisfacer la necesidad de sentirse amado de mil maneras, muchas de ellas inútiles y dolorosas:

-El orgullo, la jactancia, la soberbia que sutilmente pretenden despertar la alabanza o la estima y que frecuentemente reciben como paga el temor o el desprecio de los demás.

-La rigidez, la aspereza de carácter, el legalismo, la indecisión,  todos fenómenos que nacen de la inseguridad, de la falta de confianza base y se acompañan por la falta de coraje, de imaginación y de libertad para dar un paso fuera de lo trazado.

-El deseo de ser el centro, la necesidad de imponer los propios puntos de vista, el sentirse amenazado por cosas inocuas, las tendencias a exagerar, las sospechas, las murmuraciones y dureza de juicio sobre los demás.

-El complejo de inferioridad, la inseguridad recurrente, los temores injustificados, la incapacidad para reconocer las propias virtudes y valores.

-La búsqueda de gratificaciones y placeres fáciles y superficiales, el deseo de posesión de personas y cosas, dificultades crónicas de adaptación sexual.

            Por muy diversos que nos parecen estos fenómenos, normalmente tienen una base común: la falta de aceptación. Una persona aceptada logra vivir en equilibrio y no necesita buscar gratificaciones y reconocimientos de estos modos, porque ha encontrado las fuentes de la verdadera felicidad y realización personal que le permiten vivir con optimismo y placidez.

5.-        Es posible que el falso yo se haya consolidado a través de  prácticas rigurosas en  espiritualidades equivocadas. No toda espiritualidad conduce a la madurez y al descubrimiento del verdadero yo. Una falsa concepción de humildad  puede hacernos creer que “ser humilde” es evitar hacer aquello que somos capaces de hacer bien, y muchas cualidades, quedan irremediablemente enterradas. La verdadera humildad consiste en conocerme bien y aceptarme, reconociendo en mis capacidades, dones de Dios que deben ser puestos al servicio de la vida y de los demás.

            Otra visión falsa parece suponer que Dios no puede querer para mí lo que yo deseo para mí mismo y que nace de los deseos más profundos de mi corazón. Es como creer que Dios está “contra” nosotros y no “en” y “con” nosotros. Es verdad que los designios de Dios son más profundos que nuestros deseos, pero también es cierto que Dios ha inscrito en nuestros corazones la ley de su Espíritu (Jeremías 31,33; Ezequiel 36, 27). Nos cuesta creer que el Espíritu Santo se revela en nuestros corazones.

            Una equivocada visión de la afectividad puede esterilizar nuestra capacidad de amistad y amor concreto. Con frecuencia tenemos miedo de mirar de frente y aceptar nuestros deseos y sentimientos, que son los que son y no son otros. Tenemos miedo de que sean “malos y vergonzosos”. Y es que ni nos conocemos ni nos aceptamos. Se nos olvida que el deseo y el sentimiento más profundo es siempre positivo y viene de Dios: el deseo de amar y ser amados. Si tuviéramos la valentía de mirarnos profundamente no encontraríamos nada de qué avergonzarnos: encontraríamos las huellas de la mano de Dios y nos aceptaríamos tal y como somos. 




EL AMOR DE ACEPTACIÓN DE DIOS

1.-        Jesús quiere que cada uno conozca la verdad sobre sí mismo, sea verdaderamente libre y tenga Vida en plenitud (Juan 8,32 y 10,10). Desafortunadamente muchos cristianos viven ocultando su verdadero yo y lo sustituyen por un “yo ideal” (como los fariseos), para ganar aprobación de los demás.
           
Toda persona experimenta un temor de conocerse profundamente. Esclavos del miedo no nos atrevemos a reconocer que la realidad de lo que hemos vivido, es una continua búsqueda del amor incondicional y de la ternura. (Romanos 5,6-8; 1 Corintios 13,4-8). “Hasta cuando pecamos, lo que estamos buscando es el amor y  la felicidad, aunque de manera equivocada” San Agustín

            Mucho hemos insistido en los “mandamientos”, pero se nos suele olvidar que “el mandamiento” más importante y previo a todos los demás es el de aceptarnos como somos y no “como deberíamos ser”. Esta es la condición para comenzar a vivir serena y fecundamente.

2.-        Dios me acepta tal y como soy; no como pienso o me dicen que “debería ser”. Pero una cosa es saberlo y otra cosa es creerlo y aceptarlo de corazón. Nuestra vida nunca ha sido ”como debería haber sido”, y sin embargo, independientemente de lo que haya sido o haya hecho, Dios me ama como soy en este preciso momento. San Agustín decía: “un amigo es el que conoce todo de ti y sin embargo te acepta.” Eso pasa con Dios: conoce tus grandezas y tus miserias, tus páginas luminosas y oscuras, te comprende te acepta y te ama. No se queda esperando que cambies y seas mejor. Simplemente te acepta aquí y ahora.

3.-        Siempre se ha insistido en la importancia de amar a Dios y con razón. Pero es mucho más importante el hecho de que Dios me ama, antes de que yo lo pueda amar, cuando no lo merezco. Me ama porque quiere, no porque yo sea bueno (Romanos 5,6-8). Y no hay nada ni nadie que pueda impedir que Dios me ame, ni siquiera yo con mi propio pecado (Romanos 8,31-39). “El amor consiste en esto, no en que hayamos  amado a Dios, sino en que Él nos amó primero a nosotros” (1 Juan 4,10). Lo fundamental de la fe cristiana y de sus contenidos es la certeza de que Dios nos ama. Es el mismo Jesús quien lo afirma: “que sepa el mundo que tú me enviaste y que los has amado a ellos como me amaste a mí” (Juan 17,23). Y nos cuesta creer que Dios nos pueda amar como ha amado a su hijo Jesús, pero es que Dios no puede amar más que plenamente. Nosotros “tenemos amor”, pero Dios es amor y no se divide ni se reduce: se da plenamente.

4.-        Nadie escapa a la tentación de preguntarse en la adversidad ¿Cómo Dios lo ha permitido?. Es muy difícil creer  que Dios me ama, me acepta y no me abandona en el momento de dolor. Y el hecho es que pase lo que pase, aunque yo no lo vea ni lo entienda, Dios no me retira su amor ni me abandona. Este es el riesgo de la fe. Yo no puedo condicionar o manipular el amor que Dios me tiene; solo puedo abandonarme a él y dejarme amar de las mil formas, muchas veces incomprensibles que  Dios escoja para amarme. 

            La otra cara de la misma moneda se puede presentar así: si Dios me ama y me acepta así, con toda mi biografía por delante ¿Por qué yo tengo que ser más exigente que Dios? ¿Por qué no me amo ni me acepto?. La aceptación que Dios nos profesa se puede convertir en el punto de partida para descubrir y desarrollar la autoaceptación, verdadera piedra angular de una vida reconciliada con Dios y con los demás. En otras palabras, el punto de partida para una verdadera espiritualidad.



           
CONSECUENCIAS DEL ENCUENTRO CON LA TERNURA

1.-       La gracia de ir a las últimas profundidades de mí mismo. Viaje poblado de monstruos y fantasmas. Al final, lo más auténtico de mí mismo, la ternura deseada y ofrecida. Toda nuestra vida puede ser leída como un tejido de ternura deseada, buscada, obtenida, traicionada. “Dios es amor” 1 Juan 4,8, es decir, Dios es ternura: amor sin condiciones. Descubrir que mi última realidad es la ternura, es descubrir mi íntima sintonía (semejanza) con Dios, con su presencia que ilumina a todo hombre venido al mundo. (Juan 1,9)

2.-        El encuentro con la ternura original, es la experiencia de que Dios me acepta como soy. Y que nada  me puede arrebatar su amor (Romanos 8,38). La experiencia de saberse aceptado nos da ojos nuevos para ver de un modo insospechado toda la existencia. Esto es particularmente importante en relación con las páginas oscuras, inconfesadas e inconfesables de la vida. De aquí nace la reconciliación consigo mismo, con Dios y con los demás. Es la superación del temor y la inseguridad. Se derrumba el castillo de las falsas seguridades, y se está a la intemperie, al desnudo, pero provisto de una seguridad absoluta. Aquí nace también la experiencia de ver a Dios en todas las páginas de la vida. Todo lo vivido es don de Dios y ante ello sólo cabe el agradecimiento.
3.-        La providencia divina es la certeza de que Dios siempre ha estado secreta, misteriosa, divinamente presente en mi vida, y yo no lo puedo impedir. Y que todo sucede para bien. Que lo que sucede es lo mejor que pudo haber pasado. O que en mi historia nada absolutamente se pierde. “Tú crees insultar a Dios  y no haces más que alabarle. Crees oponerte a Él y no haces más que abrirte a su amor. Crees gritarle tu odio, tu rebeldía, y no haces más que decir cuánta necesidad tienes de Él”. (Ellie Wiesel) Solo Dios saca bien del mal. Pero a nadie se le ahorra el dolor de encontrarse consigo mismo. Sólo el dolor acrisola la capacidad de escuchar, comprender y aceptar. La verdad ni se descubre ni se aprende; se llora.

4.-        Sólo el que ha vivido mendigando amor de mil modos, a veces grotescos, (La Magdalena), puede ser sorprendido en la experiencia con una inundación de amor, y salir como nuevo, a repartir a manos llenas lo que ahora desborda su copa. El que no conoció ni reconoció la herida, sino que la ocultó con sedas y brocados, no puede saber del bálsamo que cura.

5.-        La salida de la culpa es el acceso a una zona luminosa; la percepción de nuestra bondad, para leer mi vida sin amarguras. La segunda inocencia, una vida serena, sin culpas y sin odios, sin vergüenzas ni venganzas. Para todos es un don, porque no es obra de la voluntad, la ternura simplemente se recibe.

6.-        Sólo quien vivió la herida y sanó su herida con la presencia  de Dios, puede ser maestro de espíritu. Hace falta la prueba del dolor (Hebreos 2,18), o de la enfermedad, o de la depresión y llorar la propia verdad para poder vivirla. Sólo el que ha pasado la noche  en lucha cuerpo a cuerpo con el Ángel, puede subir la escala santa y ayudar a otros a subirla. Sólo el varón de dolores puede ser solidario, tierno, padre, amigo. Desconfío de la “maestría espiritual” de los creyentes de “hoja blanca de servicios”. Los que siempre fueron “buenos”, llegarán al cielo sin darse cuenta, pero aquí no son capaces de dar la mano al que está apaleado por la culpa, por el dolor, por la vergüenza, la división interior. Ser sacerdote es asumir un ministerio de compasión, solidaridad; y sólo quien ha pasado por la prueba del dolor, la enfermedad y la crisis puede ayudar a los que ahora la están pasando. Hay una experiencia límite: tener delante a uno que te ama más cuando más desecho estás (confesión).

7.-      Quien se ha encontrado con la ternura, no puede ya vivir pasando a los demás la factura del amor no recibido.  Su cáliz desborda y es espontáneo vivir repartiendo ternura a quien la tiene negada. En esto consiste el núcleo de la espiritualidad cristiana: Hacer destinatario al necesitado de la ternura recibida.